
Morimos con el vaho bajando de nuestra cabeza; arcángeles curiosos sospechan que no somos accidentados; una a una van cayendo nuestras pestañas; la niña de los ojos se nos derrama por la mejilla: es curiosa la muerte cuando la esperas. La blanca estela salió sin rumbo fijo; las curiosas gaviotas no saben si somos carne o carnada: los arcángeles tampoco. Después de tantos años la sombra del mar grande es un abrigo. Es curiosa la muerte cuando la esperas. Mi madre y mis hijos ya están viejos: los veo gaviota, cabeza y lágrima. Mis pestañas son pétalos curiosos que adornan la espuma de la blanca estela, fantasmagórica escena para un final sin cuento.
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