Todos los ojos del cielo se abrieron para mirar tu paso. Venías
envuelta de bruma y airada de sal, eras mi princesa en el cadalso de la
partida, en el carro dorado de una mañana sin sol, la bendita niña de las
dulces manos, la tristeza limpia de la pregunta sin son. Los días y los años
pasan por sobre el polvo y el amarillear de la nostalgia; ya no te espero, pues
nada queda para los olvidados. Mis ojos se secaron, soy un campo yermo bajo el
fuego del sol abrazador; nada auguraba el destino que nos convoca; nadie sabía
que esta nuestra historia era una sin fin. Los ojos del cielo me miran con
recelo; el día del viaje no es de mi elección. La esperanza duerme en todas la
estaciones, cada tren lleva cada una de nuestras vidas; en cada ventana mis
ojos vuelven a nacer y reaprenden el llorar. Miro, los ojos del cielo me sonríen.
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