Yo que volé por los mares de tus ojos he encallado mis alas
en las raíces de tu tumba; ya no hay canto somnoliento ni manos meciendo tu
ensortijado pelo, ya no hay nada, solo un recuerdo, una vaga luz que no alumbra,
un extraño olor que se distancia; con el paso de las lunas, crece cierto el
infortunio, pudiendo más la pena que el olvido, niego la miel y el dulce abrigo;
niego al tiempo y su destino.
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