He descubierto, o más bien me he
convencido, que la verdadera forma de vivir es la que cada cual configura; coincidamos
con que el mundo que observamos no es el único, por lo tanto es irreal; ejemplos
de esta sentencia los hay por millones, uno simple ocurre ahora, lo que yo imagino
mientras escribo y hablo,versus, lo que tu percibes mientras me lees o escuchas;
tan lejos y tan cerca, espíritus de un
mismo tiempo unidos por un abismo sensorial. Antes de ayer, la vida de los
hombres y mujeres parecía muy larga, aunque en una escala temporal, vivían en
promedio menos de la mitad de los años que podemos hoy vivir; la dimensión de
los grandes ciclos, la rutina cotidiana del claro oscuro o el lapso de la
siembra a la cosecha de la simiente humana, eran los mismos; lo diferente era el
cúmulo de estímulos que nuestros sentidos recibían y por ende las respuestas o
interacciones de nuestro ser con el
entorno y con los otras y las otras; hablábamos pausado, respirábamos y moríamos
lento, por lo tanto, parecía que nuestras vidas eran más largas a pesar de que éramos
igual de bárbaros y criminales que hoy. Quién diga lo contrario esta viviendo
en otro mundo, cosa muy valida, cierta y posible, tal cual he señalado en el
comienzo, no obstante, para mi es una posibilidad invalida por lo tanto inaceptable, veo odio y sangre
hacía donde mire; sin embargo, logro vislumbrar que tras la viscosa espuma de la
muerte, el cielo es azul y el campo verde y que a lo lejos, tras el rechinar del
acero y el estruendo de la pólvora, cantan las aves y los niños ríen. Quizás el
vuelo de las aves no se detenga; quizás el flujo de la vida sea eterno; quizás
el juego de matar, nacer y morir sea el sentido, y la belleza solo el
artilugio, quizás. Afuera el telégrafo no deja de cliquear; yo sonrío, paso el lápiz
por mis labios, pienso en tí, en todxs lxs que no acaban de morir y en quienes aún esperan por nacer..
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