lunes, diciembre 24, 2012

(KECH-J807) Adios a los héroes

Murieron todos los héroes sin siquiera dejar un suspiro o una esfinge dorada donde colgar sus recuerdos. Atrás quedaba la metáfora; adelante, un paso a la historia de los fantasmas: Herrumbrosa casa cubierta de malezas secas y viejas arañas tejedoras de trampas que atrapan nada. (En el rincón de sombra, debajo del damasco, quedo escondida la primera de las monedas que reuniríamos para irnos de viaje al mar) Al entierro de lo héroes vinieron las golondrinas, las gallinas, los gatos y la perra; ninguno lloró, tampoco yo; las lágrimas se reservan para el dolor, la muerte de los héroes es solo un sueño como la quimera del oro o la búsqueda de la cola de Satán, no más. (Mi madre de nuevo escapó de su encierro, no fueron suficientes ni los clavos ni las cruces; ella sabe de libertades más que de cocinas y costuras, más que de hijos y desventuras) Camino al mar nos dimos cuenta que necesitábamos de los pasos antes que de la huella. Los héroes olvidaron hablar de amor; para algunos era una palabra incomprensible, impronunciable, para otros, la pieza que engrana la vida y los sueños. Para nosotros amor era el sortilegio que permitía romper el espejo de la locura, la llave que abría las alas de la libertad y saciaba el hambre de las tripas, más allá de eso, la expresión de nuestro errante andar hacía un mar invisible al que se llegaba con una moneda que servía para pagar el asiento de un tren, no había otra manera de partir. Las vías de escape siempre nos regresan al punto de partida. (Los otros niños nos veían con ojos airados, sospechaban de nuestra eficacia para escapar de los espectáculos funestos; mantuvimos nuestras manos limpias de sangre de gatos apedreados lapidados porque no nos impulsaba la simple ansia de matar). En el mar hicimos que se encontraran los amores; luego de los besos vino la hija y luego el hijo. Entre techos de lata y caravanas de cachivaches movedizos fuimos construyendo un hogar armable que de tarde en tarde se fue haciendo imperecedero. Nos amamos como locos y locas, nos arañamos y nos mechoneamos, revolcándonos entre las rosas, cubiertos de graznar de gaviotas, de maullidos de gatas y gatos callejeros y de salón, de una perra taciturna, gorda y querendona, nos fuimos haciendo grandes, viejos y viejas; mientras más nos amábamos más nos distanciábamos, más únicos, más únicas, más unos y unas y se nos vino la tarde, y los sábados y los domingos, hasta el último, uno que fue diez. (La gente nos sabe locos y nos cree tristes, yo te canto canciones silenciosas y te abrazo a cada rato, como antes, de cuando en vez nos miramos; tú y yo sabemos que no se puede morir lo que siempre fue vivo y tampoco vivir con lo que esta eternamente muerto. Tú y yo reímos, nos abrazamos y nos vamos; los héroes ya no esperan)