martes, febrero 11, 2014

(KECH-J1221) Diario de un Cerdo (Capitulo XXVIII: Kapkikua liBelulA)

Me voy a morir en este pueblo. Aburrida. Como ayer, como antes de ayer, como hoy, como mañana. El sudor se mezcla impúdicamente con el sopor. Una mosca revolotea sobre la leche, la miró, me zumba, se va. ¿Quién recogerá estas palabras? ¿Sabrá que lo estoy mirando? ¿Qué se va desenrollando letra a letra como un papiro eterno que tiene un principio pero no un fin? Cavilaciones de otoño en pleno verano a las tres de la tarde, no antes ni después. El pito del tren ya pasó y el que viene no sabe para cuando, debe esperar primero el último bostezo de la larga siesta de un pueblo entero que no puede más que dormir, mientras yo, despabilo al alma sin más ton ni son que marcar mis pasos, para que los escuches, para que me sientas más allá de mis años. Cierro el libro. Tengo muchos gatos hambrientos esperando mi mano (Papá no viene hace mucho. El Viejo Esperpento esta perdido. Del Cerdo prefiero no hablar)

lunes, febrero 03, 2014

(kech-J1213) Asesino

Debajo de las pesadas herrumbres que cubrían mis manos, mis brazos, mi cuello, mis piernas y mi vida, vivía yo, un hombre simple como todos, no había odio ni enemigos, era la sangre impuesta la que me nublaba, eran las guerras de otros las que me obligaban. Una vez más la existencia me acorralaba; otra vez solo en el borde del abismo, otra vez junto al último de mis suspiros, luchando por liberarme del velo de la razón pura; otra vez estiraba mis ojos hacía el libro, dádiva nigromante de quizás que rara herencia "La espada habita solitaria en el corazón de los guerreros, para el hierro la vida no existe, la muerte menos". La conjunción de letras en aleatorios ordenes era el antídoto al veneno del alma, una vez más había huido, pero hasta cuando ¿Donde me esperará la parca? Los desiertos y las selvas ya no guardan secretos, tampoco las montañas ni los mares. La guerra abre todos tus ojos, expande todas tus pieles, ahonda todas tus papilas, rompe todos los silencios, te hace imperecedero, un invisible, un abandonado; es la forma correcta en que la naturaleza te forma en asesino, si no, no podrías, un animal enfermo solo sirve de carroña, para matar hay que estar vivo y para morir también. Extraños soliloquios que solo sirven para marcar el paso, un tambor interno que no cesa, que oculta el zumbido del llanto y los aullidos del dolor. Abrí los ojos, me sentí libre nuevamente, me levante y seguí la huella; a mi lado los otros, uno o dos o miles, no importaba, somos el engranaje de una maquina de matar, la sangre no cesa, el viento dibuja aromas de carne quemada, uñas, pelos, ropas, las ordenes estaban inscritas en el centro de mi ser, la opción de ser libre me tortura, la imagen del animal enfermo y del pico ensangrentando del carroñero me hace olvidar al hombre, a ese que algunas veces juega al borde de un abismo, ilusoriamente liberador.