sábado, noviembre 26, 2011

(KECH -J413) N.A.D.A.

Nada es un escupo al aire, un simple engaño a los sentidos.

Nada es dormir sin prisa, un camino cerrado a la esperanza.

Nada son las ganas, un sentimiento inconcluso, un segundo.

Nada es la boca muerta, una vida en instantes, sin censura.

Nada es respirar, una noche sin luna ni estrellas, una partida.

Nada es el juego de letras y el cruce de ideas, la pesadilla, la vida.

Nada es un cuerpo con frío, el hambre de los perros, de la calle y de los niños.

Nada es la billetera vacía, la fantasía del juego, la mente atribulada, el espejismo.

Nada es el orden, también el caos, nada es nada, un espejo del espejo, la muerte.

Nada es el camino de los dioses, la nausea del silencio, la soledad de los jardines.

Nada es la espera, la cuerda floja del infortunio, la sonrisa desdentada de los idos.

Nada es el brillo, el escarmiento de la belleza, la tribulación de los guerreros.

Nada es una carta secreta, el vuelo de una paloma, un mensajero olvidado.

Nada es la libertad, el oscurantismo del todo, la suma de las búsquedas, lo inconcluso.

Nada es escapar, renacer, el vuelo sin alas, la inocencia, el amor y el odio.

Nada es nada, un espejo del espejo, el sueño inconcluso de un soñador.

jueves, noviembre 03, 2011

(KECH -j390) Diario de un Cerdo (Capítulo XXIII: Luzmira)

En la cuadra hay una vecina que se lleva mal con todos; vieja huraña, mal oliente, indiscreta, mal vestida, mal parida y metiche son entre muchos otros los epítetos que usamos para referirnos a ella. No se bien que pasa, pero la verdad es que a mi nunca me había hecho nada; es más, ni siquiera sabía como se llamaba. El caso esta que de tanto sentir que la odiaba, llegué a odiarla de verdad sin tener razón ni motivo; es quizás por eso que ayer justo, día de nubes oscuras, lluvia y barro, me dio gran remordimiento verla sola en medio de la calle tratando de no perder el equilibrio para evitar que cayera al barro su carga de no se que cosa, un gran saco harinero, grande y pesado, que destacaba por contraste el cuerpo enjuto y encorvado de aquella bien odiada vecina de este pueblo mezquino y olvidado. No pude hacer otra cosa que ayudarla y de eso a estar sentada frente a ella compartiendo un café negro y unas tortillas fue cosa de minutos. El interior de su casa era todo lo contrario a la imagen que de ella tenía, por decirlo de alguna forma era como una hiena en casa de conejos pero con la salvedad que ella no era ninguna hiena sino un conejo; vaya vergüenza, no hallaba que decirle, era tan amable y atenta que no podía entender como llegue a figurar esa imagen tan horrenda de ella y sin siquiera conocerla. Terminamos el café y me despedí de ella no sin antes preguntarle su nombre, asunto que de tan aturdida que estaba no había hecho si no hasta ese momento; Luzmira así se llama, era un hermoso y dulce nombre para la imagen de una vieja desgraciada y para un cuerpo mustio y desgreñado; quedamos de vernos de nuevo. En la tarde del día siguiente me encontré con Cerdo y le conté lo que me había pasado, me miró con su típica pose sabihonda diciéndome que mi lastima no era suficiente para limpiar la mala fama de la vieja y que si yo estaba en este conflicto era porque no me había dado el trabajo de prestar atención a la historia y porque en el momento de vivenciar y palpar en carne propia el sentido de lo real me había engolosinado o distraído con superficialidades y manifestaciones triviales que no hicieron más que encantarme y hacerme caer en el embrujo de lo irreal, que era, justamente, lo que todo ser deleznable siempre buscaba para tener aunque fuese por una millonésima de segundo, una pizca de cariño, reconocimiento, aprecio o respeto; que esa maldita vieja lograba una mínima luz de humanidad con ese tipo de ardides y que la historia del saco bajo la lluvia la había repetido por eternidades con infinitas almas como la mía. Me sentí tan confundida y enojada que descargue toda mi ira contra el cuerpo de Cerdo, lanzándole una patada que alcanzó justo en su lomo haciéndolo berrear y lanzar obscenidades en mi contra, nunca volverás a saber de mi maldita niña malcriada, es lo que dijo al salir golpeando la puerta. A pesar de las palabras de mi amado Cerdo, volví a la casa de la odiada vecina no sin antes pasar por el Zunrize a comprarle un presente. El Viejo Esperpento como siempre ido me miro con cara de pena y me dio un reloj de arena sin siquiera preguntarme que quería; no era exactamente lo que buscaba pero era un lindo objeto para regalar a alguien que no conoces ni te importa mucho, aparte del reloj, tome una cajita de corazones de mazapán Niederegger de esas mismas que traía papá de regreso de sus viajes a no se donde, este si era un obsequio de verdad más para mi que para ella pero obsequio al fin; antes de salir del local el Viejo Esperpento me lanzo una especie de consejo sortilegio, que recién ahora al escribir, me parece coherente: “no te muerdas la lengua antes que ella, cuídate del rencor”. No alcance a golpear la puerta cuando ella ya había abierto, al contrario del día anterior hoy el sol alumbraba con fiereza y el calor había hecho nacer a miles de moscas que zumbaban sobre la cabeza y mordisqueaban brazos y piernas. La vieja vestía de azul con un vestido sin mangas que le llegaba un poco más abajo de la rodilla y con unas sandalias rojas que le hacían lucir unos pies de jovencita que no armonizaban con el resto de su cuerpo y menos con su cara; a pesar del esfuerzo que había hecho no lograba ocultar su fealdad. Pasamos a la misma mesita del día anterior; sirvió el café; saque el reloj y se lo entregué, por su cara creo que le dio lo mismo. Abrí la caja de corazones de mazapán y le ofrecí, no sacó uno, sacó y se engulló los cuatro de una sola mascada. Vieja de mierda le grite con rabia, ahora si tengo razón para odiarte; me miró con sorna y me hecho afuera. Antes de cerrar su puerta me dijo con voz angelical: “Gracias, jamás te olvidaré”.