jueves, mayo 16, 2013

(KECH-J949) Los singulares sueños de una marioneta empedernida (s1)

(s1) Lobo: La puerta de la cocina estaba abierta, desde fuera sentía un profundo, un exquisito, un sabroso, olor a carne fresca. Me acerqué despacio, metí la cabeza buscando a algún humano, nadie; la cocina estaba vacía y sobre una mesa, un inmenso trozo de carne, fresca y sanguinolenta; entré, los goznes de la puerta no sonaron; me arrastré, si alguien me sorprendía le haría creer que dormía; seguí avanzando, lentamente, lentamente, los pocos metros que me separaban de mi trofeo parecían ser toda una vida; recordé mi nacimiento, los duros momentos de la calle, aquellos en que tenía sólo unos días y hambre, hambre, tanta que no podía moverme y esperaba echado que algo sucediera, cualquier cosa, algo que me sacara del limbo de la agonía, algo que me ayudara a un buen morir y que me permitiera no seguir sintiendo la perforación del alma que el hambre produce; recordé el rescate, mi primera comida, la segunda después del exquisito y paradisíaco momento en que me sacié hasta el sueño en las tetas de mi madre; luego vino la casa, esta casa, pero antes, la sonrisa, la caricia de Jacinta, mi ama, bella señora que me dio calor, amor, cobijo. En un momento me sentí un traidor; no era hambre lo que me motivaba, no era la búsqueda de reconocimiento, ni tampoco odio, era carne y sangre, aquello a lo que un lobo jamás renunciaría. De un brinco me agazapé, mis mandíbulas de acero corrían por la llanura, de pronto, desde el cielo y como un rayo, cae el palo de la escoba sobre mi lomo, luego la voz de Jacinta, como un trueno, gritando, suelta la carne mal agradecido, suéltala, suéltala; me retorcí como un caimán, me di vuelta, vi su airado y desfigurado rostro, quise saltar sobre ella en defensa de mi presa, pero de la nada otro escobazo y otro y otro, aúlle de dolor, mi alma de lobo estaba herida, me abalancé sobre ella, atrapé su cuello, su sangre manaba tibia, era mía, mía, mía. Desperté sudando; Jacinta me acariciaba, me susurraba, me llamaba a la calma; me dio una galleta, seguí durmiendo, el lobo volvió a despertar.