martes, marzo 17, 2009

a6-j311: Diario de Un Cerdo (Capitulo XVI: Infinitamente tuya)

-Me he muerto y ni cuenta me di, ay que vida viví. Por eso me levanto de mi tumba y con ronca voz os digo que sin descaro ni espartujo debéis sacar la mole de vuestras caras y mirar al sol sin culpa ni remordimiento, que la vida no es para mojigaterías ni menos para penurias que causan fantoches de escarlata.

Dicho esto, cayó el telón y el salón se vino a negro; un estruendo de aplausos hizo crujir la estructura añosa de la sala sin dejar sentir el grito de dolor del hombre que moría apuñalado en la fila doce de la galería. Al minuto de encendida la luz el grito de pavor de una mujer hizo llamar la atención sobre el borbotón de sangre que manaba del cuello del infeliz desdichado

¿Quién mató al hombre de la fila doce y por qué lo mató? es un caro misterio que este bendito pueblo trata de resolver generación tras generación. Yo nací con el cuento en las orejas y con el misterio sin resolver fisgoneando en mi entendimiento; curiosidad infantil mezclada con terrores y desventuras cada vez que caía la noche y había que pasar a solas por la tétrica construcción del antiguo teatro; pero bueno, quizás sin tan ingenuas preocupaciones mi infancia no hubiese sido la misma; lo cierto en que entre este y otros terrores el pequeño infierno de mi madre se hacía menos notorio, tampoco importaban mucho las noches largas de papá, ni los cuentos de sus desapariciones.

Mañana viernes vuelve al pueblo un vieja compañía que pondrá en escena la mítica obra “El muerto mal hablado”; si, la misma en que ha muerto mil veces el hombre de la fila doce; ya no se sabe bien si el hecho aquel en verdad ocurrió o es parte de la leyendita que van tejiendo las compañías para atraer gente a la función; lo cierto es que en la fila doce nadie se sienta o nadie se sentaba hasta el día de la última función; la maldita función.

Ese día el Viejo Esperpento, borracho como siempre, decidió abandonar a su suerte a los clientes del Zunrize y no abrió las puertas; se puso su mejor traje, uno azul con finas rayas doradas:; llegó hasta la boletería y pidió todos los boletos de la fila doce; la vendedora lo miró con una mezcla de pena, curiosidad y enojo, recibió el dinero y le entregó los quince asientos; antes de comenzar la función, nadie dejaba de mirar hacía la extraña figura que retaba al destino sentándose en el centro del lugar donde nadie debería estar; se apagó la luz; la sala se fue a negro; se abrió el telón.

- Madre, madre ¿Donde habéis escondido mis zapatos, mi sombrero y mi espada?

- Vuela hijo, vuela. Vislumbrar sin rumbo es cabizjear la herradumbre del pobre.

- No hables huevadas vieja, solo pásame lo que es mío, empelotas no puedo ir al circo.

La aparición del cuerpo desnudo del actor enteramente rapado y de la figura taciturna de la madre, una gorda de 120 kilos enfundada en un traje muy apretado, ambos sobre una tarima que simulada el primer piso de un alquiler, sin mediar entre el dialogo y la grotesca escena más que un estruendoso sonar de platillos, lograba la risa de todo el salón, la que luego se hacía llanto cuando ambos caían al abismo y eran hechos prisioneros por una banda de ratas cloaqueras (así se presentaban)

– Somos las ratas cloaqueras y hemos venido por lo nuestro, más que carne queremos hueso, más que lluvia queremos queso.

Las ratas llevaban cuchillos, espadas y cadenas, cortaron a la gorda en seis y al hombre lo dejaron en una rueda y al revés; la escena se volvía vomitiva; de pronto el fuego se toma el escenario, de entre las llamas surgen doce mujeres bailando, llevan entre su manos guadañas con las que van trozando las ratas una tras otra, al final de la escena cuando ya ninguna queda, dejan las guadañas y toman escobas y agua, limpiando de sangre y restos la dantesca escena. El hombre atado de manos cabeza y pies, sobre una rueda que cuelga al centro del escenario no deja de girar y girar. El salón se va a negro; suena una música celestial; una luz clara comienza a llegar; las mujeres aparecen limpias y bellas en un paisaje paradisial; todas son bellas menos una, que tiene una forma bestial; esta hecha de restos de ratas y mamá gorda; ella sube hasta al hombre; lo abraza y lo besa; las otras se levantan y los comienzan a bajar. Ya en el piso comienza un bacanal. Desde detrás del escenario surgen animales de circo: elefantes, leones, lobos, osos, caballos, perros; también sirvientes, son decenas de ellos, llevan bandejas de frutas, vinos, pan, miel; todos comen y comienzan a cantar y a bailar.

- Nada, nada nos detendrá; la vida va a comenzar; la muerte acaba de llegar. Bailan y cantan a coro.

El hombre y la mujer bestia se funden en un gran abrazo; comienza a llover sobre sus cabezas; los animales mueren de frío, los sirvientes comen de sus carnes; las bellas mujeres se pierden entre el público. Baja el telón. Vuelve a subir. El escenario esta vacío. Un ataúd cae desde el cielo; se rompe, de entre los restos aparece el hombre diciendo: -Me he muerto y ni cuenta me di, ay que vida viví. Por eso me levanto de mi tumba y con ronca voz os digo que sin descaro ni espartujo debéis sacar la mole de vuestras caras y mirar al sol sin culpa ni remordimiento, que la vida no es para mojigaterías ni menos para penurias que causan fantoches de escarlata. Se cierra el telón. Todos gritan y corren despavoridos. Se abre al telón; llega la luz; todos miramos a la fila doce; el Viejo Esperpento no esta; me desmayo de espanto; aparezco entre sus brazos al medio del Zunrize, estoy rodeada de borrachos; te busco entre los rostros; una vez más estas conmigo; me llevas a casa y me dices que ya sabes quién mato al hombre de la fila 12; te pregunto ¿Quién?, respondes que soy yo, -Tú amada mía. Toda la muerte va en tus sueños. Toda.

Maldito pueblo. Maldito Cerdo. Sáquenme de aquí.

Origen de a imagen: http://opera.stanford.edu/Offenbach/Hoffmann/pix/ch_0.jpg

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