miércoles, abril 26, 2006

J-CCLIX: La historia de los jinetes sin cabeza o porque los perros odian a los caballos.

(por kuxtodio manrikex, de extractos de la nada en "la neopiratería y el arte de la alabanza")

Hubo un tiempo perdido en que los hombres andaban sin cabeza, estas se quedaban en casa junto a las mujeres; las cabezas de los hombres eran muy bien cuidadas por ellas, las que las usaban para platicar de la vida mientras cocinaban en grandes ollas y alentaban a las hijas y a lo hijos para que aprendieran sus lecciones y supieran como llevarse bien con los vaivenes del destino. Como comprenderán, los hombres sin cabeza no se conocían entre si, pues no se veían ni se hablaban, los que si se conocían eran los caballos que los transportaban; ustedes entenderán que si no se tiene cabeza se debe tener un lazarillo y en eso los caballos llevaban gran ventaja sobre otros animales. Al volver los hombres a sus casas, las mujeres salían a su encuentro con sus cabezas en una bandeja de plata(1), el hombre estiraba sus brazos y la ponía sobre sus hombros, luego de un beso dado por ellas, la carne se sellaba dando una apariencia idéntica a la que podemos observar hoy a excepción de una delgada línea roja que señalaba el punto exacto del corte que los padres esgrimían a sus hijos varones al momento de nacer. No se sabe bien si esta extrañaba manera de vivir de los hombres derivaba de un antiguo sortilegio o de una promesa lejana a algunos de los infinitos dioses oscuros que pululaban en la imaginación de aquellos perdidos parajes del tiempo. Una vez que los hombre volvían a mirar y a oír, se encerraban largas horas con sus caballos para saber que cosas les habían sucedido y como les habían resultado los negocios, algunas veces los hombres enfurecidos por la mala representación de su bestias, las sacrificaban sin asco ni culpa, eran implacables; un hombre promedio tenía entre cinco y seis caballos en su vida, los más pobres debían contentarse siempre con uno a lo más dos, los más ricos los tenían por decenas, en la realeza accedían a cientos y a veces a miles. Como ustedes podrán adivinar, la crianza era un gran negocio, mas como los hombres no veían ni hablaban en la vida publica, este era un mercado gobernado por mujeres, las hipodamas; ellas eran mujeres célibes, que no estaban dispuestas a pasar la vida frente a grandes ollas ni platicando con cabezas sin cuerpo, ni mucho menos haciendo el amor a cuerpos sin cabeza o a hombres completos que preferían platicar con caballos, ellas se amaban entre si y se criaban así mismas, abandonadas por sus madres a pocos días de haber nacido, generalmente a razón de que el padre había perdido su cuerpo en la vida pública o por que su cabeza había terminado en el fondo de la olla por algún dilema o debate mal avenido, las hipodamas eran hijas de la nada criadas al amparo de ellas mismas. El negocio de los caballos era muy especial y muy oscuro; los caballos eran comprados por las mujeres de los hombres, a petición expresa de estos últimos, ellas pedían y elegían caballos con condiciones apropiadas a la cabeza de su hombre o a sus intereses propios; las que amaban de verdad a las cabezas de sus hombres sabían exactamente que llevarle, las que no les llevaban cualquier cosa; las más descontentas preferían caballos tontos y alocados, las insatisfechas sexualmente les llevaban yeguas celosas, las que odiaban, preferían caballos pendencieros, las que amaban de verdad, llevaban caballos viejos de alguna viuda pobre, sabían bien que eran sabios e inteligentes y que daban grandes satisfacciones a los cuerpos descabezados de sus amados. Como comprenderán existía un gran tráfico de caballos; pululaban en las ciudades de esos tiempos oscuros, grandes y complejas organizaciones de mujeres ladronas de caballos de cuerpos descabezados; los cuerpos de muchos hombres nunca volvían quedando abandonados como comida de perros en los callejones y suburbios, muchas cabezas se quedaban para siempre encerradas en las cuatro paredes de una cocina o abandonadas en campos y desiertos, donde eran descarnadas por buitres y alimañas, usted debe suponer, poniéndose en el lugar que corresponda, que una mujer no puede aceptar vivir por puro amor con la cabeza de un hombre sin cuerpo, eso no es humano, ni nada, como dijo Paskale “Il n’est pas possible, imposible à vivre”(2) ; para el robo de los caballos se usaban generalmente simples triquiñuelas, como embaucar a la bestia con terrones de azúcar morena o crujientes galletas de avena, o técnicas más avezadas y violentas, cómo aprovechar la calentura de la bestia y ofrecerle finos corceles o protuberantes yeguas o también acecharla, espantarla y apresarla usando bravíos perros que tenían por premio los cuerpos de los jinetes sin cabeza. Esta rareza de la historia registrada en los libros descubiertos por Ptjersür(3) y confirmada su veracidad y consistencia por el afamado Doctor Esfumit Marambio de la Universidad Filipollenze(4), es para, según el autor de esta humilde nota, la base científica de la leyenda del jinete sin cabeza y del porque los perros le ladran a los caballos, la conclusión sería algo cómo esto: “En antiguos pasadizos del tiempo existieron hombres que no tenían cabezas; para poder hacer lo que todo hombre debe hacer hacían uso de caballos; las cabezas y los caballos eran de dominio de las mujeres quienes además dominaban a los perros; los perros perseguían a los caballos para comerse a los jinetes sin cabeza quienes eran fácil presa por no tener razón, ni tampoco vista ni oído; un día una mujer se aburrió de tener una cabeza en su cocina y un cuerpo en la calle y quiso tener por siempre a ambos al mismo tiempo, ella se disfrazó de jinete sin cabeza y salió junto al cuerpo descabezado de su hombre a la calle, una vez allí se lo llevo a un rincón y le pego la cabeza, el hombre deslumbrado no quiso más volver a su antigua condición y se encargó de recuperar cabezas y unirlas a los cuerpos en plena calle, para ello visitaba los hogares de los descabezados llevándose sus cabezas, las mujeres que se resistían a entregar las cabezas de sus hombres eran reducidas a la fuerza; los jinetes recuperadores de cabeza que crecían día a día iban por las casas blandiendo espadas y con sus cabezas bien puestas por los hombres lograron que hoy esa historia se haya convertido sólo en una leyenda. Sólo quedan los perros ladrando a los caballos, ellos son los únicos que se siguen resistiendo a que las cosas hayan cambiado, al parecer la carne de hombres sin cabeza era un festín delicioso”

NOTAS.

(1) Según Ptjersür (1745-1821) esta costumbre fue traída por los peloponenses, luego de derrotar al último rey de los kaiseres, tras la famosa batalla de los siete días seguidos. El mismo autor señala que las familias de alto linaje usaban bandejas finamente labradas y adornadas con piedras preciosas, las familias más humildes usaban un material similar a la plata en su color y brillo pero de nobleza visiblemente menor.

(2) Frase atribuible a Kijone Paskale (1901-1921) al momento de abandonar su trinchera y avanzar a pecho descubierto hacía el frente prusiano.

(3) “Los libros de la Cueva de Don Salomón, mito y realidad en el medioevo español” , Jhosef Ptjersür, Nantes, 1797)

(4) “Del rigor a la estupidez científica: El caso de los libros de la Cueva de Don Salomón”, articulo publicado en el Diario La Estrella de Valparaíso, el 14 de noviembre de 1964

Fuente de la imagen: http://www.diariohoy.net/media/images/2005/09/15/193625-1.jpg

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