domingo, diciembre 27, 2009

a7-j318: Diario de un cerdo(Capitulo XVII: Una navidad más, un nuevo día para recordar)

No se desde cuando estoy aquí. En la radio dicen que Evo volvió a ganar; mi mamá estaría enojada; a ella nunca le gustaron los indios, decía que eran flojos; estaba convencida de que era blanca, que era de otro mundo, mas no podía tapar sus ojos chinos ni su pelo azabache, por más mascaras y tinturas que usará; mi padre no tenía problemas el vivía su mixtura sin ningún miedo y las indias eran las mujeres que más le gustaban, quizás esa era la verdadera explicación de la seudo fobia de mamá. Esta noche es navidad; no se donde esta el Cerdo. Iré al Zunrize y subiré este cuento al blog; quizás alguien lo lea en esta noche tan especial; por último, será un buen pretexto para verme con el Viejo Esperpento.


Navidad en el Zunrize.

Esta no es una buena para fecha para pegarte un tiro. Te lo dije no muy convencido, bien sabía que la navidad es tierra de de nadie y los muertos son más invisibles que nunca. A las cuatro de la mañana sonó el teléfono, era tu, me dijo que te habían llevado a un hospital, que no sabía a cual, pero que ella pensaba que estabas muerta porque tenías una sabana en la cara y estabas toda llena de sangre y porque no decías nada. Colgué el teléfono; fui al baño; me mojé la cara; me puse el pantalón, la camisa, la chaqueta y salí afuera. La gente borracha volvía a sus casas; algunos peleaban; otros meaban; otros vomitaban; otros dormían en cualquier parte. Amanecía, una última estrella se negaba a partir. Pensé en ti. Llegué a la posta; pregunté, nadie sabía nada; me acorde de Pezoa Veliz; recordé nuestra última conversación; me dormí. Desperté cerca del mediodía; mucha gente enferma: heridos por cuchillos, quemados, atropellados, desfigurados. Parecía el día siguiente de una guerra; el Viejo de Pascua había cambiado el trineo por aviones de combate, los renos por dragones lanza llamas y en vez de nieve había caído alcohol, mucho alcohol durante toda la noche. Una señora con un delantal amarillo me preguntó si necesitaba algo, si buscaba o esperaba a alguien; le dije tu nombre, Antonia, Antonia Roma; entró hacía donde yo no podía; volvió a la media hora después; me dijo que estabas muerta; me levante como pude; cayeron mis lagrimas; la mujer de amarillo me abrazó con cariño; no la quería soltar, me acorde de ti; la quise besar en la boca, se resistió, gritó, me empujó. Llegaron un paco y una paca; me sacaron a empujones. Te dije que no era una buena fecha para morir. El mozo me mira extrañado, debe pensar que estoy loco. Escucho en letanía unas trompetas y un acordeón, bailamos gitano, te abrazó. El mozo me mira y hace palmas; se acerca y me deja otra botella; me habla al oído y dice que no me preocupe, que el Zunrize nunca cierra, que nos podemos quedar para siempre.

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