viernes, febrero 17, 2006

J-182...Diario de un Cerdo: Capítulo III, La muerte de Santo Luigi.

“Este es un día horrible, la temperatura debe bordear los 35º, el sudor humedece mi frente, mi sangre circula rápida buscando pausar al cuerpo; hace tres días que no he probado bocado; las nauseas son permanentes sólo la leche de perra calma mi hambre y mi sed. El pueblo esta convulsionado, un incendio ha destruido la iglesia, la biblioteca y el museo; no sólo se han perdido reliquias e historia, si no también la vida del cura, quien además era el bibliotecario y el curador; mi padre que aparte de ladrón y mujeriego, es bombero y masón, dejó su siesta y ha partido en calzoncillos a sumarse a su cuadrilla de héroes apaga fuegos. Mamá quedó triste y lánguida, mi padre le hace el amor a la hora de la siesta, desde que la putilla de Luisa se fue, a lo menos una vez por semana mi madre abre sus largas piernas en busca de sensaciones que le parecían olvidadas y lejanas; Lucas y Adelaida no son un problema a la hora de la siesta, sus cuerpos enanos se embotan después de la comida y parecen muertos por largas horas, son las horas libres de mamá, las horas en que de vez en cuando se restriega con papá, sale a caminar sola, a pleno sol pero sola, ve las vitrinas de las tiendas cerradas, come helado, se sienta en la plaza y tira monedas a la fuente de niños meones pidiendo misteriosos e inconcebibles deseos. El cura ahora muerto se llamaba Luigi Paranderro, venía de un lugar llamado Sicigia, que es una ciudad lejana de un país que llaman Italia. Dice el Viejo Esperpento que el cura llegó al pueblo arriba de un burro hace cómo treinta años atrás, justo el día en que Don Fausto, el anterior cura, celebraba la misa del domingo de ramos. Santo Luigi, como le llamaban las viejas señoras y sus beatos hijos e hijas, venía cubierto por una túnica blanca, su largo pelo negro y su barba de igual color, hacía resaltar sus aguileños rasgos y sus profundos ojos azules; el mismo Don Fausto se arrodilló a los pies de tan santísima imagen; desde aquel día Santo Luigi se convirtió en el redentor preferido de todos los pecadores y pecadoras del pueblo; la iglesia adquirió notoriedad y cada domingo, durante muchos años, cientos y cientos de feligreses de los más remotos rincones del país venían a la misa del cura igualito a Jesús. Santo Luigi les hablaba en latín y les cantaba en italiano, escuchaba sus pecados y les aconsejaba en buen castellano, manejándose también en el buen uso del quechua, el aymara, la jerigonza y otras extrañas lenguas; gracias a los cientos de obsequios que llegaban en gratitud por la limpieza del espíritu que el cura hacía y por los milagros del cuerpo embalsamado del buen burro que trajo a Santo Luigi, la humilde iglesia del pueblo fue creciendo en estatura y galanura. Dice el Viejo Esperpento que el sabe de mano directa, porque era un viejo amigo de Don Fausto, que el italiano no era cura; Don Fausto le enseñó los secretos de las escrituras y también muchos mensajes cifrados del antiguo testamento que servían para limpiar el espíritu, para curar de embrujos simples y también ciertamente, para hacer pequeños encantamientos; el italiano no era un hombre burdo, tenía refinadas maneras, una alta inteligencia y era un gran políglota, mas de Santo no tenía ni siquiera la punta de sus uñas, es más, era un prófugo de la justicia de su país por haber asesinado a ricas señoras y sus respectivos esposos en líos de lujuriosos negocios cortesanos, el fin del mundo siempre ha sido un buen lugar para comenzar una nueva vida y Santo Luigi venía dispuesto a ello. El viejo cura, Don Fausto, de unos cincuenta y algo años al momento de la llegada de San Luigi y su milagroso burro, visualizó de inmediato que este era un milagro de verdad, un regalo del cielo que permitiría reconquistar almas y construir la gran catedral que por largos años había soñado y que dicho sea de paso, le permitiría dedicarse al estudio de las escrituras y al cultivo de la santidad sin tener que preocuparse más por su vestido, su bebida y su alimento; el pacto entre ellos fue de silencio, pero también de profundo respeto. A la muerte de Don Fausto, el culto al Santo Burro del Pueblo Perdido en Medio de la Nada, tenía fama continental y hasta en la misma Roma se estudiaba con hondura el proceso de beatificación del animal; Santo Luigi había olvidado completamente su pasado, habiéndose convertido de verdad en un venerado hombre del Bien y la Buena Voluntad del Señor, tal era su conversión que había logrado abandonar el vicio del alcohol y esas salidas en las que iba a dar santa y secreta comunión a desoladas viudas de los pueblos cercanos. Con los cientos de obsequios, muchos de ellos reliquias de gran valor histórico, más las ofrendas en dinero y metales preciosos, Santo Luigi, construyó una gran y hermoso templo, una verdadera catedral levantada con nobles y preciadas maderas de la selva, en un estilo neogótico, de tres naves, gran altar de oro puro bajado de la Mina de Las Descalzas y los más exquisitos y refinados vitrales traídos directamente de remotos talleres de Sigilia; a un costado la biblioteca, al otro el museo, ambas eran simples pero funcionales construcciones, siguiendo el mismo estilo de la catedral, eran naves levantadas sobre madera, grandemente iluminadas, generaban un aura propicio para el pensar, el aprehender y el compartir. El incendio comenzó pasadas las dos de la tarde, con tres focos simultáneos; el Altar Mayor, a los pies del Cristo; la cámara que contenía las momias muy bien conservadas de Tatayauri y sus consortes y el anaquel con los escritos de fundación del pueblo y las partidas reales que consignaban los limites de los antiguos virreinatos dibujados por los españoles; en una hora era una gran flama que amenazaba con extenderse en forma incontrolable; Santo Luigi, tenía su habitación sobre el Altar Mayor y a esa hora se encontraba en el profundo sueño de la siesta. Papá regresó por la tarde, con el rostro tiznado y las manos quemadas; no pudieron salvar nada pero a lo menos lograron que el fuego no se extendiera; el dice que temen que haya sido un incendio intencional, no encontraron ningún otro cadáver más que el de Santo Luigi, extrañamente el cuerpo embalsamado del Santo Burro, no sufrió daño alguno, la caja de oro y cristal de roca que lo contenía resistió al fuego y al agua; dice que la imagen esta ahora en la plaza, que hay mucha gente reunida y que es posible que se queden en larga vigilia. Mamá vino a buscarme, dice que me vista que la acompañe donde el Santo Burro, que pediría por mi pronta cura y por bendiciones para Lucas y Adelaida. Me vestí y la acompañe. Un milagro es siempre bienvenido, sobre todo cuando la regla se te ha retrasado más de quince días. Debo hacer entender al Viejo Esperpento que los juegos sexuales tienen además de un límite social, uno biológico; si quiere, que se entretenga con el Cerdo, yo no estaré dispuesta para nuevas travesuras”

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