sábado, diciembre 18, 2010

(KECH A1-D69) Las cartas


El espíritu y el corazón del autor, en este caso la autora, o su cuerpo y su mente, siguen brillando cada vez que cada una de sus obras es recogida o vista por alguien, para mi hombre simple y fisgón, hijo ilustre del siglo pasado, afortunado de haber sido el padre de tan bella creadora no me queda más que expresar alegría y agradecimiento por haberla acompañado en su fugaz paso por este planeta y ciertamente orientar, humildemente, a otrxs observadorxs respecto de la historia de la ilustraciones. Ciertamente cada cual tiene la libertad de interpretar el mensaje visual desde su propia perspectiva y otorgarse el derecho a la deconstrucción y a la recreación de la historia, para ello dispone de un espacio en blanco que estará siempre dispuesto para que se atreva a la fantástica aventura de viajar por los mares de la imaginación.


Las Cartas.

Las cartas seres sintientes que acompañan a la humanidad desde siempre, un buen día decidieron dejar de trabajar y se amotinaron en un rincón de la oficina de correos. El motivo era la creciente perdida de sentido de su ser, principalmente porque cada día más eran usadas solo con fines comerciales y judiciales, los mensajes de amor, de amistad o por lo menos de despecho u odio eran cada vez menores, lo peor de todo era que ya no las hacían con lápices, menos con las elegantes plumas de antaño, si no con tinta o polvo láser que se impregnaba en papel por medios electrónicos o por prensas. Un horror insoportable; ellas se negaban a ser usadas como medios de cobranza, de amenazas judiciales, de rendición de cuentas o de soporte de saludos estandarizados donde hasta las firmas no eran más que la reproducción en miles y a veces millones de una que en algún momento surgió desde la mano de alguién. Exigían a los humanos que volvieran al sentido prístino de la comunicación, que volvieran a sentir que cada mensaje era para un receptor único e irrepetible y que cada emisor no podía abandonar de su corazón la imagen y el sentimiento de quien lo leería. Pasaron muchos días, semanas, meses y años; los mensajes siguieron circulando, a falta de cartas los humanos comenzaron a usar con más intensidad los artilugios electrónicos, teléfonos, computadoras y lecto-escritores digitales eran los preferidos, ya nadie se acordaba que en un rincón de alguna oficina de correo de algún lugar del mundo un grupo de heroicas cartas se amarilleaban y resquebrajaban al paso del tiempo con el único fin de recuperar el sentido de las palabras y los sentimientos.
La imagen es de Carla Renault Z.

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