miércoles, junio 07, 2006

en 300 dias y 300 noches: Diario de un Cerdo, capitulo VIII, Maruja relata un cuento para un buen dormir

La tarde llega a su fin. Mi fiel Cerdo me acompaña como cada día. Maruja nos ha traído chocolate caliente y sopaipillas pasadas. Afuera llueve torrencialmente. Le pido a mi calva sirvienta que nos cuente una historia; se sienta frente a nosotros, se pone en pose dubitativa, balancea su cuerpo y comienza.




I

Por el camino de Caiceo se ha visto a la madre de Lola llorar, una mujer flaca y mustia que no deja de chillar en la búsqueda de su amada hija. Lola era una de las chicas más bellas de este lugar, su gracia y hermosura, era la envidia de todas las vecinas y el sueño dorado de los jóvenes, también de sus padres, de sus tíos y de sus abuelos.

II

Lola era la única hija de Rosaura, mujer tosca y ruda con fama de hechicera y mala pagadora; el padre de la muchacha era desconocido, de ahí que mucha gente pensara que su extremada gracia y hermosura no era cosa de humanos si no del mismo diablo, a quien su madre se habría entregado en un acto de impúdica alianza por poderes de dar vida, muerte y transformación.

III

Lola la bella, la agraciada, no tenía amigos y tampoco amigas, era tanta la atracción que ejercía, que quien se le acercaba más allá del natural límite del aura, se sentía envuelto en un vértigo de repulsión que lo hacía perder conciencia de si y navegar en carruajes desbocados por sinuosos y afilados acantilados, directo hacía los profundos avernos de la tierra.

IV

La última vez que Lola fue avistada llevaba entre sus manos un ramillete de flores silvestres y era acompañada por nueve perros negros. Doña Laura, la dueña de de panadería, dijo que ella se veía muy contenta y que los perros le movían la cola mientras ella les hablaba con gran displicencia, no recuerda cual era el color de vestido que Lola llevaba, pero si recuerda que la vio caminar en dirección al río. Don Juan el carnicero, dice que vendió a Lola dos kilos de huesos para sopa, que luego ella se dirigió hacía la plaza y que al lado de la fuente de los niños meones, comenzó a alimentar a una jauría de perros negros; no recuerda haber visto nada más particular, salvo que el la vio más bella que nunca, tanto que se atrevió a traspasar su aura, oliendo incluso su respiración, tan cerca de ella estuvo que creyó que la besaba y que ella lo llevaba al paraíso, sin embargo, el piensa que todo fue un embrujo, pues la muchacha salió muy rápido del local, tanto que olvido un ramillete de flores que llevaba entre sus manos.

V

Antes de que Rosaura se percatara que su hija había desaparecido, ella estuvo toda la mañana en el campo preparando la tierra para sembrar zapallos, había conseguido unas semillas de primera calidad que brotaban en menor tiempo que el resto y que solo requerían de una buena mano y unas cuantas oraciones en arameo. Ella se dio cuenta que Lola se desvanecería porque desde el río vinieron nueve pájaros negros, que yo no puedo nombrar, pero que ella bien conocía, a cada uno llamo por su nombre y cada uno le hizo saber que no hay plazo que no se cumpla, ni vida que no se agote. -Detente Abigamel, la noche es tu crucifijo el día te vilipendia¡¡ gritó Rosaura,, el pájaro la miró con galanura, se posó sobre su hombro y le susurró –Me debes mucho más que lo que amas. La mujer cayó de rodillas, las semillas de buen zapallo cayeron con ella –Detente Xelokitlan, el pájaro se posó a sus pies y devoró las semillas, con la panza llena el pájaro le dijo –El que alimenta su perdición debe olvidarse de la memoria. Quiso llamar a otro, pero su cuerpo ya no tenía fuerza y los ángeles negros ya estaban muy lejos. Rosaura lloró durante largas horas, la noche se fue, el sol llego y ella seguía gimiendo; la salinidad de sus lágrimas quemo la tierra del campo, sus manos se encresparon, arranco sus cabellos y siguió llorando.

VI

En el lecho del río, a un costado del puente de piedra los vecinos y vecinas construyeron un pequeño santuario, que es tanto un recordatorio de la bella y diabólica hermosura de Lola como también un cerrojo a la entrada del diablo y sus ángeles.

VII

Rosaura no para de llorar. Los años han pasado, de la gran gloria del pueblo no queda mucho, sólo el Zunrize y los nuevos vecinos que vienen llegando de la ciudad dan un poco de color a los solitarios y largos días. Los automovilistas que pasan por la nueva carretera, justo en el cruce del camino de Caiceo, han visto y escuchado a Rosaura llorar y gemir, “Donde esta mi hija, donde esta mi hija…” tras ella una bandada de cuervos se ríen descaradamente de su desdicha.

El Cerdo se ha dormido con su cabeza sobre mis piernas; lo empujo hacía un costado, lo cubro con una frazada y lo dejo en su mundo de porquería; me levanto, agradezco con un beso la sapiencia y paciencia de Maruja y me voy a la cama. Me pongo en el corazón de Rosaura y la sigo en su eterno peregrinar. ¿Donde están mis hermanos, donde?

Imagen tomada de

http://www4.gvsu.edu/wrightd/SPA%20307%20Death/116_llorona.jpeg ahí la tomaron de aquí http://www.dianabryer.com (esta última parece ser la autora original)

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