jueves, junio 01, 2006

N-CCXCV....el abominable amor de una madre vampira y su hijo enrarecido

Las alas son dos cosas que me crecen desde el interior de cada brazo hacia cada uno de los costados de mi torso, desde la cadera hasta las axilas; es una piel delgada casi transparente como las alas de una mariposa nocturna, de hecho tienen el mismo color y textura. He tratado de usarlas para volar mas no sirven para alzar el vuelo, si no tan solo para planear; muchas veces, en las tardes de hastío, las he utilizado para lanzarme desde la ventana de mi oficina hacia la fuente de la Plaza Neptuno; cuando el viento es intenso puedo elevarme más alto que los edificios y planear hasta la terraza del Paseo Atkinson; la gente mira curiosa y al aterrizar se acercan para verificar si soy una persona u otra cosa; mi fealdad declarada me ha causado algunos problemas, sobre todo cuando algún bebe o chiquillo miedoso me confunde con el chupacabras u otros bichos curiosos que pululan la imaginación pueril de los infantes. Los hombres no tienen alas es lo que he leído en muchos libros; lo más parecido a lo que yo soy sería un vampiro; pero yo no chupo sangre ni tampoco duermo de día, quizás comparta con ellos la extraña inclinación de cazar moscas al vuelo y saborearlas prontamente, mas pienso que esta es más una manía que hice mía en las largas tardes del estío que un rasgo de identidad vampiresca, es más, odio la sangre. Si estuviese viva mi abuela, una empedernida consumidora de prietas, ella podría dar fe de las nauseas que me producía ese asqueroso residuo de cadáver de cerdo que ella consumía con tanta ansia; otro dato a favor de mis alas no vampiras, es mi adicción por el ajo y mi demostrada devoción por santos y vírgenes, de hecho, además de ser bautizado, de haber hecho mi primera comunión y también la confirmación de los sacramentos, tengo pensado casarme ante los ojos de dios; sí, cuando me case lo haré ante al altar, aunque se que eso sólo será posible, si logro que alguna mujer se fije más en mi alma que en mi fea cara y en mis grotescas alas; con todo ello a mi favor, es decir mi amor por el ajo y mi santa devoción, nadie podría atreverse a demostrar que soy un hijo abominable de la oscuridad. Mis colmillos un poquito más largos que los de otros mortales son también, al igual que las membranas de piel que unen mis brazos con mi torso, una excepción genética; mi padre no tenía ninguno de mis rasgos diferentes, aunque mi madre si. Aprovecho de confesar, que a mi madre, a pesar de que nunca le vi sus alas, si la vi volar varias veces; cuando mamá ejercitaba sus vuelos, la noches eran muy negras, sin luna, los perros ladraban desde la medianoche hasta poco antes del amanecer, al día siguiente, mama dormía durante gran parte del día, en el atardecer salía de su habitación, con el pelo revuelto y con un rostro que expresaba infinita felicidad; aún entredormida y luego de estirarse con la vista orientada hacía el poniente, me levantaba en bruces y me tomaba entre sus brazos, besándome con el cariño que sólo ella me ha hecho sentir, algunas veces me mordisqueaba el cuello, me daba pequeños empujones con su cabeza y me enseñaba también a jugar con su cuello; en esos juegos sentía que su boca era las fauces de un lobo, sus colmillos dos finas y suaves agujas que podían hundirse en mi carne sin dolor, yo sentía que mis colmillos crecían infinitamente pero con la sutileza del crecimiento de las flores y al ritmo alucinante de su amor; tantos amores me prodigo mi bella madre que mis colmillos se hicieron blandos como la seda y mis alas tan translúcidas y sutiles que solo me sirven para planear. Si yo fuera vampiro volaría entre las rosas de la noche y jugaría con los búhos, hablaría con los elementales y ordenaría las monstruosidades según el efecto risueño que causen a la parsimoniosa tertulia de las ranas y los grillos, y eso lo haría porque no me gustaría acabar como acabó mi madre, podrido. Después de tantas noches oscuras sin luna, de perros y remilgos abominables, al atardecer siguiente de una de esas tantas noches, mi madre no salió de su habitación; mi abuela entró a buscarla y un grito de horror quebró los cristales de las lámparas, los vidrios de las ventanas y toda la vajilla de nuestra casa, mamá no era más que una amorfa masa de carne putrefacta, asquerosa y agusanada, sólo reconocible por la brillantez de sus impúdicos colmillos y el brillo de su hermoso amuleto familiar; yo no podría asegurar que ella murió o se pudrió resultado de un sortilegio antidemoniaco practicado por alguna o algún vecino furioso ya harto de la pérdida de sus animales, lo único que se es que la perdí, que con ella se fue el más profundo amor y que con ella también se hundió por siempre mi naturaleza. Cuando la noche es tan negra que hasta la luna se esconde, mamá se aparece entre sueños y me invita a volar; el amuleto familiar reluce y produce vibraciones sonoras sublimes, mis sutiles colmillos crecen y se endurecen, más cuando abro la ventana hacía la profunda oscuridad y me lanzó hacia el abismo, mis alas sólo me hacen planear, el viento suave sobre mi cara y el recuerdo amoroso de mi madre convierten mis colmillos en dos largos y brillantes colgajos de seda, que dan a mi esfinge la apariencia de un papalote, muchos veces me quedo entre los árboles, mirando a los búhos o espiando a los enamorados que furtivamente se besan entre los matorrales del parque. Mi vampiresca vida es de una ternura tan abominable como la profunda monstruosidad de mi ser. Al despertar sobre la copa de los árboles o a veces en el campanario de la iglesia, me siento distinto y curioso; mas eso la gente no lo sabe, yo dejo que ellos alucinen en la incredulidad, pues yo se y los modernisimos autores de los neo silogismos, como un tal Fouguet, también lo comparten, que el viejo Gabriel García logró convencernos que en nuestra tierra cualquier cosa puede pasar y que nuestra realidad es tan mágica como tan verdaderas son nuestras mentiras; así entonces yo planeo tranquilo en oscuras noches y tardes de hastío sin que nadie sepa o quiera saber de mi verdadera naturaleza, después de todo que yo tenga alas, colmillos de seda y que aborrezca las prietas y las novelas de Fouguet, no significa nada; el mundo esta lleno de cosas y monstruosidades infinitamente más abominables que mi ternura, lo mío es una partícula silente en un bravío mar de sangre.

Imagen de © Tomas Hennerfors. All rights reserved! (PERMIZO TOMAS¡¡¡¡)

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