martes, noviembre 29, 2005

J-CIII: la barbarie habita en el paraíso de la pobreza

Los lagos de Shile son de un azul profundo, que a veces torna en turquesa alborozada. Alrededor de los lagos viven los ricos con sus riquezas y los pobres con sus pobrezas; los primeros disfrutan de la belleza y la poesía de la naturaleza, abrigados y seguros, los segundos, la sufren día a día. Para los pobres de estas hermosas y veleidosas tierras, cada acto es heroico: ir a la escuela, al hospital, comprar víveres, visitar parientes, todo es una odisea. Las modernas concesiones del moderno Shile no alcanzan a los pobres dispersos por el paisaje; el mercado no encuentra inversionistas que puedan rentabilizar servicios de calidad, la inversión del Estado tampoco llega por que los proyectos a ejecutar en estos lugares no tienen rentabilidad social (no hay suficiente gente para justificar la construcción de un camino, o una red de agua potable o cualquier cosa necesaria para vivir con dignidad). Así entonces, crecen y viven amparados por el destino; la parca muerte los atesora y los vigila. Los que aún habitan estos parajes de poética belleza y desolación, están aquí por la dignidad de sentirse parte de algo, de honrar a sus ancestros y de ser dueños a lo menos de su miserable destino; hasta aguantar, hasta quedarse solos y solas, viendo a los hijos e hijas partir, allá van ellos y ellas, cargando su soledad y pobreza a las ciudades de Shile, con una estrella en la frente, la de la esperanza en la resurrección. Los que se quedan sobreviven, se apretujan de la indolencia, se mimetizan en alcohol, se deshumanizan en prácticas bárbaras: incesto, violencia y muerte. Ayer se hicieron visibles por unos días; unos se fueron al fondo del Maihue; la corroída barcaza que cruzaba el alborotado lago no pudó ser controlada por el borracho y desquiciado capitán, al fondo llegaron los sueños y la estrella dejo de brillar por un momento; otros estaban acurrucados en sus pequeños huesos a la entrada de la casa, debajo de un árbol seco, su padre, apodado El Chacal por la sedienta y sediciosa prensa, los enterraba al nacer, parto tras parto los fue matando, el llanto se ahogó en la tierra y el hambre tomó un perfil infanticida. La barbarie se esconde en el fondo de la poesía; la monstruosa tristeza de los abandonados se torna en letra roja para la morbosa entretención de la chusma inconciente. Pan y circo, pobreza y soledad.