viernes, septiembre 23, 2005

J-38: El nacimiento de un pueblo feliz en medio de la nada..

Son las tres de la tarde, el sol arrecia sobre la seca y polvorienta calle de este feliz pueblo ubicado en medio de la nada. El nombre no lo recuerdo. El único letrero que parecía anunciarlo, unos 1200 metros antes de la entrada a la calle principal, sólo dejaba ver las dos primeras letras del inicio, una del centro y otras tres últimas del final “Pu……l…..ada”. La calle principal, llamada Del Comendador, se encuentra al medio de cuatro laterales en paralelo y esta cortada por otras ocho transversales, que llevan nombres de aves marinas y peces. Al centro del pueblo hay una plaza con una pileta de agua coronada por dos niños meones que alimentan la fuente en un flujo incesante; el gorgotear del agua cayendo desde la altura de la pileta y el susurro del viento corriendo entre medio de las hojas de los doce árboles que circundan la pileta, enfatizan el aura de soledad de esta calurosa tarde. Alrededor de la fuente y bajo los árboles hay cuatro grandes bancas de madera de roble sobre fierro forjado, a esta hora vacías. Desde el centro de la plaza uno puede obtener de norte a sur y viceversa, una completa perspectiva de la avenida principal. Por las mañanas mirando hacia el oriente se puede ver la aparición del sol, comenzando a iluminar el día, allá por el lejano horizonte detrás de unos minúsculos cerros de color pardo, desde donde, antiguamente, provenían camiones repletos de minerales de plata y oro que eran cargados en los vagones que ahora se encuentran abandonados en la vetusta estación de ferrocarril; ahí todavía es posible apreciar la huella de aquel tráfico que duró por más de treinta años y que dio fuerza al crecimiento de este otrora pequeño caserío de estancieros trigueros y ganaderos. Hoy el pueblo esta medio lleno, sólo quedan los viejos y viejas, algunos hijos e hijas que no se atrevieron a partir y algunas citadinas y románticas parejas que quieren escapar de la moderna vorágine de las grandes ciudades que están desperdigadas a unos cientos de kilómetros a la redonda de este lugar. La verdad es que si usted quiere llevar una vida tranquila, monótona y aburrida, este es su pueblo. Por las tardes el sol se esconde lentamente, antiguamente la gente acostumbraba tomar el te en las veredas poniendo unas sillas apuntando al poniente; más allá de la amarillenta estepa, otrora dorados trigales, uno puede seguir la caída del sol en el ancho y profundo mar que desde aquí es sólo una lejana y delgada línea de nubes grises, que se tornan de color dorado, naranja y rojo justo al momento en que la noche comienza a avanzar desde el oriente. El encanto de vivir en medio de la nada, esta en la capacidad de conmoverse por el eterno juego de luz y sombra que se da al ritmo del sueño y el alba. Nada parece pasar en este pueblo, nada, y menos a las tres de la tarde. No hay banco, ni misa, tampoco farmacia y menos almacén, hasta los pocos niños y niñas que aún asisten a la única escuela del lugar, aprovechan la hora del silencio, para dormitar y dejarse ir en la placida y húmeda transparencia de las tardecitas de este pueblo. Los policías de turno bajan la guardia, el tabernero se sienta en su sillón, toma su copa de brandy, su cigarro y ensueña su ayer y su mañana. Nada sucede últimamente. Rara vez llueve, sólo de vez en cuando unas juguetonas nubes traen unas cuantas gotas que alimentan raices y pequeñas hierbas silvestres. La placidez de la nada invita a la felicidad, o encubre perfectamente al infortunio. Nada sucede.. hasta ahora.